Hombre de Dios

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1830

Su fama de hombre de Dios parecía no tener límites. Cada mañana, una multitud de fieles se conglomeraba a su puerta ansiosa de escuchar sus sabias palabras.

Pero la armonía de los discursos de este rabino siempre se veía interrumpida por un individuo que no escatimaba en contradecir lo que decía.

Cierto día, dicho individuo cayó enfermo y falleció. Los fieles se sentían contentos, el rabino ya no sería más interrumpido.

Pero, para sorpresa general, el rabino estuvo muy compungido en el funeral. Al ser consultado si era por la muerte del impertinente, éste respondió:

“No, en lo absoluto, sé que él está feliz en el cielo. Estoy afligido por mí mismo. Él era el único amigo que tenía; su crítica me animaba a superarme, y me temo que ahora . . .voy a dejar de crecer”.
. . .Dicho esto, rompió en llanto.

Anthony de Mello

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