De repente, se estaba muriendo un hombre tras un accidente de coche. Nadie sabía que era judío, de modo que llamaron a un sacerdote católico. El sacerdote se reclinó junto al hombre –el hombre se estaba muriendo, eran los últimos estertores de la muerte- y el sacerdote dijo: -¿Crees en la Santa Trinidad: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo?
El hombre abrió los ojos y dijo: -Estoy aquí a punto de morirme. . . y ¡él está jugando a los acertijos!
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