Una noche patagónica, serena, fresca y tan clara que podía contemplar todo el firmamento; mis hijos se habían ido a dormir temprano.
A medianoche se despertó asustada la más pequeña; cuando llegué a su cama me abrazó y me dijo: “Mamá, te quiero”; luego se volvió a dormir. Fueron sólo tres palabras, pero . . . ¡cuánto me dijo! Esa noche no dormí.
¿Cuánto hace que no le digo a mi madre que la quiero? Ella sabe cuánto la quiero. Pero cuando yo sentí esas palabras en la boca de mi hija, se estremeció hasta la última fibra de mi ser y comprendí que es importante demostrar nuestro amor con hechos y acciones, pero no está de más decirlo con palabras, abrazos y gestos.
¿Por qué me cuesta tanto, a esta altura de mi vida, en la cual tengo una relación muy buena, y hasta de “igual a igual”, con mi madre, decirle cuánto la amo, cuánto la necesito?
Gladys Ángela Sastre