El muchacho cruzó el desierto y llegó finalmente al monasterio de Esceta, cerca de Alejandría. Allí pidió permiso para asistir a una de las conferencias del Abad.
Aquella tarde el Abad disertó sobre la importancia del trabajo en la labranza.
Al terminar, el chico dijo a uno de los monjes:
-Estoy muy impresionado. Pensé que iba a encontrar un sermón iluminado sobre las virtudes y los pecados, y el Abad sólo habló de tomates, irrigación y cosas así.
Allí de donde yo vengo todos creen que Dios es misericordia y que basta rezar.
El monje sonrió y respondió:
-Aquí nosotros creemos que Dios ya hizo su parte, y ahora nos corresponde a nosotros continuar el proceso.
Paulo Coelho
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