El tapiz de la paciencia

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En un lejano reino, vivía un maestro tejedor con mucha paciencia llamado Marco. Sus tapices eran conocidos por su belleza y perfección en todo el país. Un día, un joven ambicioso llamado Nicolás se acercó a él con el deseo de aprender el arte del tejido.

Marco aceptó enseñar a Nicolás, pero pronto notó que su estudiante estaba obsesionado con la rapidez y la eficiencia. Nicolás quería terminar los tapices lo más rápido posible, creyendo que la clave del éxito era la velocidad.

Marcó intentó enseñarle la importancia de la paciencia, la atención al detalle y el amor por el proceso. Le dijo: «La verdadera belleza se encuentra en cada hilo que tejemos, en cada momento que dedicamos a perfeccionar nuestra obra».

Pero Nicolás desestimó estas palabras, creyendo que su maestro estaba anticuado y que el mundo avanzaba a un ritmo vertiginoso que exigía resultados inmediatos.

Decidido a probar su punto, Nicolás desafió a Marco a una competencia. Cada uno debía tejer un tapiz en el menor tiempo posible. Mientras Nicolás trabajaba apresuradamente, Marco dedicó cada fibra con calma y precisión, sin apuros.

Al finalizar, los tapices se exhibieron ante los habitantes del reino para su juicio. El de Nicolás era grande y llamativo, pero al mirarlo de cerca, se notaban errores y falta de cuidado en varios detalles. En cambio, el de Marco era más modesto en tamaño, pero cada hilo estaba colocado con maestría, formando una obra de arte exquisita y perfecta.

La lección fue clara para todos: la prisa y la ambición desmedida no siempre llevan al éxito. La verdadera maestría radica en la dedicación, la paciencia y el amor por lo que hacemos, encontrando belleza en cada paso del camino.

Nicolás, tras contemplar ambos tapices, entendió que la verdadera grandeza no reside en la rapidez, sino en el cuidado y el arte que se deposita en cada labor.

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